La práctica totalidad de la población posee un teléfono inteligente. Estos realizan multitud de funciones útiles y que no solucionan gran cantidad de problemas. Por ejemplo, si viajamos a una ciudad que no conocemos, nos guían de manera precisa al lugar al cual queremos llegar. Pero no siempre ha sido así, la explosión de los teléfonos inteligentes se produce a partir del año 2007, cuando entra en escena el iPhone.
Anteriormente, ya llevábamos dos décadas utilizando teléfonos móviles. ¿Recuerdas aquellos aparatos con una batería gigantesca y una antena larga? Los ejecutivos y jefes de estado eran los únicos que podían permitírselos, y el coste de cada llamada era astronómico. Poco a poco, la tecnología fue empequeñeciendo el tamaño de los teléfonos, aumentando sus prestaciones y consiguiendo que el gran público pudiese tener uno. Aquellos dispositivos solamente servían para enviar y recibir llamadas, además de algún mensaje de texto.
Y los más avanzados tenían algún juego o un compositor de melodías. Si echamos la vista atrás, parece mentira que pudiéramos sobrevivir con aquellos artefactos, ahora llevamos verdaderos ordenadores de bolsillo encima, capaces casi de cualquier cosa. Pero la experiencia de estar unos días sin teléfono móvil inteligente en pleno 2021 es quizás una experiencia que debas probar. A algunos les puede llegar a producir un ataque de pánico solamente imaginar esa situación. Ni WhatsApp, ni aplicaciones de redes sociales, ni conexión a internet, ni fotografías de alta calidad… Pero, sin embargo, la experiencia puede merecer mucho la pena. Gracias a ella puedes llegar a entender tu relación con la tecnología, en lo imprescindible que se ha convertido, pero también comprobar que hay otro tipo de relación con ella.
Así es pasar unos días sin teléfono inteligente
Esta experiencia surge casi como una necesidad, como una manera de ponerse a prueba y comprobar hasta dónde se puede llegar. Durante unos días, me decidí a dejar de utilizar mi smartphone, ese con el cual paso demasiadas horas, y sustituirlo por un teléfono que ya hace bastantes años que no se fabrica, concretamente, el Nokia 8210. Cabe recordar que este dispositivo fue lanzado en octubre del año 1999, y que era el más pequeño de la compañía finlandesa, pero también el más caro para la época.
Por supuesto, olvídate de conexión a internet, de pantalla de color de alta definición, de escuchar tus canciones favoritas en Spotify o de hacer una foto.
Previamente, advertí a mis contactos más usuales que iba a estar desconectado durante unos días, por lo que si me necesitaban, solamente tendrían que llamarme por teléfono. Si me enviaban un mensaje de WhatsApp, obviamente no iba a poder recibirlo hasta que me decidiera a cambiar la tarjeta SIM de dispositivo.
La hora de la verdad
Lo primero que llama la atención, es que el teléfono móvil con más de 20 años siga funcionando a la perfección. Es increíble lo robusta que era la tecnología hace solamente dos décadas. Una vez que introduje la tarjeta SIM en el teléfono, monté la batería y apreté el botón de encendido. La pantalla de inicio de Nokia me hizo esbozar una sonrisa, pero lo que importaba era que el teléfono tomaba bien la cobertura del operador y todo parecía funcionar.
El primer choque es comprobar que hay teclas físicas, uno ya no está acostumbrado a pulsarlas porque ahora lo hacemos directamente en la pantalla. También llamaba la atención el pequeño tamaño del dispositivo, muy cómodo de llevar en el bolsillo y sin apenas peso. Alguna ventaja tendría que tener. Me decidí a salir a la calle con él con la sensación de que me estaba perdiendo algo. No tenía el teléfono para consultar cualquier tontería si me apetecía. Eso me hizo inquietarme durante algún tiempo, pero a medida que éste va pasando vas asumiendo que, si lo deseas, la comunicación continúa. Simplemente hay que marcar un número y llamar. El problema viene quizás debido a los propios teléfonos inteligentes. El menor uso que le damos es el de realizar una llamada. En mi caso, hay días que pasan y pasan sin que haga ninguna, toda una paradoja para un teléfono.
Esta experiencia hace que te des cuenta de que pasamos demasiado tiempo con el teléfono en la mano sin hacer prácticamente nada. Lo que está haciendo es cumplir con una función que ya no es de entretenimiento, sino la de suplir el aburrimiento. Es decir, que si antes nos aburríamos de una manera, ahora lo hacemos de otra.
A medida que fueron pasando los días esa sensación de inquietud, como de síndrome de abstinencia del teléfono inteligente, se fue aplacando. Es más, llega a ser incluso una liberación. Das al teléfono la importancia que posee, y lo utilizas simplemente para la función para la que fue creada. Esta experiencia sirvió para que comprendiera que, en mi caso, pasaba demasiado tiempo con el teléfono. Ello me llevó a hacerle más caso al control de uso horario del teléfono, que semanalmente te manda un informe con el tiempo de media que has pasado conectado. El día a día con un teléfono de hace dos décadas en pleno 2021 es positivo, como experimento es una experiencia muy recomendable.
Vives más tranquilo, eres quizás más productivo y te das cuenta de que la batería dura una eternidad. Pero la realidad se termina imponiendo, había que volver al iPhone 12. Al volver a introducir la tarjeta SIM y encenderlo, tenía la sensación de estar de estreno. Cuando el teléfono recibió la señal del operador, la aplicación de WhatsApp se volvió loca. Tenía más de 1000 mensajes sin leer, provenientes de tantos y tantos grupos en los que estoy como participante. Con Telegram fue también algo similar, el correo no notificó nada porque lo consultaba desde el ordenador.
Pero esta experiencia de estar sin teléfono inteligente durante unos días en 2021 ha sido muy grata y no descarto volver a realizarla durante algún periodo vacacional. Te ayuda a comprender tu relación con la tecnología y darle el valor que tiene. No se trata de volver atrás ni de renunciar a ella, sino entender que un uso desmedido y sin control del teléfono móvil inteligente no tiene nada de positivo.